Cuando Cristina era mucho más pequeña la teníamos que tener vigilada en todo momento porque podría ser impredecible. Más adelante también la teníamos que tener vigilada pero ya empezaba a ser más previsible, observándola o viendo dónde miraba ya sabíamos qué iba a ocurrir.
Y eso es lo que ahora tiene que hacer ella conmigo. Porque cuando salimos de clase de Logopeda y hasta que llegamos a casa nos dedicamos a ir jugando por la calle. El último juego es, que que yo cierro los ojos y ella me tiene que llevar hasta casa.
Incluso al cruzar las calles es ella la que debe dar el visto bueno para que podamos llegar hasta el otro lado.
Yo no se lo pongo fácil, siempre tomo el camino equivocado o sigo líneas rectas que acabarían empotrándome contra un árbol o una farola. A veces, sólo mirándome ya ve hacia dónde voy, y tira de mí para apartarme del mal camino y llevarme por el correcto.
Otras veces se despista, y acabo pegado contra el obstáculo "gritando de dolor". Entonces Cristina viene corriendo y me consuela: -"No te preocupes, no pasa nada"
Al final, después de un corto trayecto llegamos a casa sanos y salvos. Los dos felices, ella porque así es por naturaleza y yo porque mi hija me ha cuidado muy bien.